miércoles, 20 de mayo de 2015

LO QUE TÚ QUIERAS MUJER-MADRE, de Alfonso Colodrón.


“El paraíso yace a los pies de las madres”.
Profeta Mohamed

 “Canto la verdad. ¡Madre del amor, alienta el principio de mi carrera!  ¿Por qué Ovidio invoca a la madre y no al padre en “El arte de amar”.  ¿Por qué Federico García Lorca, en un poema inédito recién salido a la luz, menciona a su madre y no a su padre, como si fuera a ella a quien imaginariamente cuenta su confidencia: “Aquel rubio de Albacete/vino, Madre, y me miró. ¡No lo puedo mirar yo!/ Aquel rubio de los trigos/ hijo de la verde aurora,/ alto, solo y sin amigos…”.
Un poeta granadino y amigo de infancia, tiene una peculiar teoría: La figura del padre es enigmática: el hombre corrige a la Naturaleza y,  a veces, puede llegar a ser más cruel, precisamente cuando ejerce de padre. Sin embargo, es una figura que tiene mucho más de femenino que de masculino (¡gran paradoja!), mientras que la figura de la madre tiende más a asimilarse a la del amigo, a quien se cuentan más fácilmente las confidencias. El padre, como las mujeres, no necesita competir con la virilidad del hijo; simplemente la asimila y se siente orgulloso de ella. Con la madre un hijo puede reñir, competir y darse la libertad de buscar a otras mujeres…. Claro que cada cual explica el mundo según sus propias vivencias y reflexiones.
En mi caso tuve una madre entregada a su marido y a sus hijos. Posteriormente la viví como dominante e intrusiva, pero la justificaba porque pensaba que no podía hacer de otro modo para sacar adelante a una familia numerosa. Me liberé, saliendo muy pronto de casa y de España, aunque en aquellos momentos solo creía liberarme de la dictadura franquista. En la distancia seguía sin cortar con un segundo cordón umbilical de naturaleza emocional. Pasadas más de cinco décadas, me di cuenta de que aún debía dar un paso más. Jamás había discutido con ella. Nunca le había alzado la voz. El día que puse el límite y exigí el respeto de una persona adulta, lo rompí definitivamente. La relación se transformó desde entonces en un amor filial maduro. Ha cumplido 98 años y sigo sintiendo un amor adulto, sin límites ni temor. Los últimos quince años de su vida, ya nonagenaria, borraron cualquier mal recuerdo, dolor, frustración o rencor y para ello me fue necesario haber yo cumplido medio siglo y haber tenido que acogerme en dos ocasiones en su casa por circunstancias que no vienen al caso. Siempre la quise más que a mi padre hasta esos momentos, en que pude ponerlos en plano de igualdad en mi interior, pues mi padre ya había fallecido veinte años antes.
No es imprescindible para todo hombre gritar, pelearse o tener un conflicto definitivo para liberarse. Cada uno sabrá cómo lo ha hecho, si es que lo ha hecho. Pero encuentro a demasiados hombres que tienen conflicto con sus parejas por excesivo sometimiento aún a su madre, o que se han apartado de ella y se han sometido a su pareja, sustituyendo una dependencia por otra.
Históricamente encontramos múltiples ejemplos de hijos que, de alguna manera, siguen en una especie de útero limitador toda su vida. Dos botones bastarán de muestra. El poderoso emperador Francisco José I de Austria se debatió parte de su vida entre la férrea disciplina impuesta en la Corte y sobre sus hijos por su madre Sofía de Baviera y el temperamento e ideas más liberales de su esposa Isabel, la célebre emperatriz Sissi. Parece que casi siempre se inclinó por los criterios de su madre. Aún hoy día, muchos conflictos de pareja se producen por la influencia de las suegras en los nuevos hogares, sin que los hombres pongan el límite a sus respectivas madres para construir un nuevo hogar. Pero lo mismo vale para las madres entrometidas de las hijas. Los hay y las hay que siempre han vivido en la tribu familiar y no logran liberarse, o no quieren, intentado fagocitar a la pareja en su familia de origen.
Por otro lado, Marcel Proust, criado y educado exclusivamente por su madre, generó una dependencia enfermiza, que reflejó con detalle en “A la búsqueda del tiempo perdido”. Su madre ejerció el papel de preceptora, enfermera y traductora. Al morir ella, Proust se recluyó deprimido varios años en París, trabajando de noche a base de café. Por paradojas del destino, fue enterrado junto a la tumba de su padre y su hermano. Y no es una historia del siglo XIX. Hace años tuve en consulta a un “joven” de 36 años, que vivía con sus padres y tres hermanos más, de 34, 39 y 42 ¡todos ellos solteros! El motivo de la consulta era justamente la asfixia familiar, un amor mal entendido y el miedo a salir de la matriz protectora y conocida de su infancia y adolescencia. Cuando decidió independizarse, a pesar de que tenía un trabajo fijo desde hacía años y solo necesitaba alquilarse un apartamento, mejoró su autoestima y el cariño por sus padres y hermanos, con los que previamente pasaba semanas sin hablarse. Las distancias de tiempo y espacio son siempre creativas.
A pesar de que vivimos en una sociedad patriarcal, el peso de las madres sigue siendo muy poderoso en el interior del hogar. En algunas culturas como la vasca, no se dice ir a casa de los padres sino a “la casa de nuestra madre” (gure amaren etxean). Según la tradición, la casa siempre la heredaba la hermana mayor, porque se suponía que era quien mejor la cuidaría. La cultura melanésica redobla el matriarcado; las mujeres heredan las tierras y deciden los matrimonios.
Es conocida la expresión de tener actitudes de “madre judía”, que no tiene que ver nada con el antisemitismo, sino con una forma de pensar, sentir y actuar respecto al hogar. La condición de judío se hereda por la madre y no por el padre. “Madre judía” sería el epítome de madre entregada y fusionada con el hijo: cuando sirve la comida, todos deben tener hambre; si se despierta temprano, es hora de levantarse; si está cansada y quiere dormir, todos a la cama; si un hijo se resfría, tose por su hijo y si tiene fiebre, suda por él. Si tiene un examen, se sabe todas las respuestas. Si la hija se pone de parto, ella “empuja”. También tienen actitudes similares muchas madres españolas e italianas. Mi madre solía decir de vez en cuando: “niños, mamá tiene sueño, ¡todos a la cama!”.
Aunque la práctica del catolicismo haya disminuido en las últimas décadas, todavía influye en el inconsciente mediterráneo la concepción de la Virgen María como modelo de madre. Aún recuerdo las advocaciones que se le adjudicaban en las letanías: Madre purísima, madre castísima, madre amable, madre del buen consejo… Y de aquí a, “madre no hay más que una” y distinguir entre la mujer objeto o sujeto de deseo sexual, por un lado, y la madre “asexuada”, pura e intocable, por otro. También viene al caso la típica frase del charro mexicano: “maté a mi amigo, porque me mentó a la madre”. Nueva paradoja, porque mis admirados mexicanos quieren a la madre sobre todas las cosas, pero admiran al padre y todo lo bueno que pasa es “padrísimo” y todo lo malo es una “situación madre”. A  pesar de las diferencias culturales y del avance de los tiempos, tal vez habría que profundizar en dos controvertidas afirmaciones de mi amigo de infancia y prologuista, Jose María Torres Morenilla cuando afirma que “la cuna del hombre sigue meciéndola los apoyos del subconsciente: en la madre se halla el primer amigo y en el padre está el primer amor”.
De todo esto puede deducirse que “la madre” es, en parte, la experiencia subjetiva de la relación del otro polo, el hijo o la hija. Si se pregunta a dos hermanos que hablen de su madre, a veces se tiene la sensación de que están hablando de dos personas distintas. Y la relación se hace siempre a dos: la madre con los patrones de relación que aprendió a lo largo de su vida (también ella fue hija alguna vez) y el hijo o hija con los patrones que va estableciendo para obtener protección, aceptación y amor. Y la presión actual sobre las madres para ser la madre perfecta, entregada, informada, eficaz, alegre, comunicativa, de realizarse como madre, como esposa y, cada vez con más frecuencia, como profesional fuera del hogar, supone una idealización y una aspiración que conlleva muchas frustraciones.
A sesiones de terapia no solo acuden hombres que tienen conflictos con su madre y/o con la suegra, o con la propia pareja por proyectar la relación con su propia madre, sino que también acuden madres culpabilizadas por no dar la talla ante la presión familiar, social y cultural; por no ser las madres ideales. También madres que “lo han dado todo” para encontrarse con adolescentes rebeldes sin límites o con postadolescentes y jóvenes instalados  permanentemente en la casa, de la que no acaban de desprenderse, pero en la que se niegan a colaborar con reciprocidad en las tareas que exige una convivencia entre adultos.
En muchas ocasiones, solo salen del hogar porque se “enamoran” o “se enganchan” sexualmente a una pareja y ambos se muestran celosos y posesivos en esta primera etapa en una especie de relación sado-masoquista de placer-displacer, amor-odio y elevadas cumbres y sombríos valles. Pero mientras funciones la relación sexual tienen la impresión de que todo lo demás se solucionará, porque han encontrado el “gran amor” que late en toda la cultura posmoderna del placer, la “media naranja”, el consumo a dos. Aún existe una fuerte presión familiar, social, política y económica para formar una pareja: los padres maduros quieren tener nietos; muchos amigos y amigas en la treintena y en la cuarentena ya están casados o en parejas de hecho y las pandillas de amigos y amigas solteras se van deshaciendo, por los nuevos compromisos adquiridos por los que formaron un nuevo hogar; el Estado controla más a las familias y a las parejas que a los solteros, a través de las declaraciones de renta compartidas –sale más ventajosas por pagar menos impuestos-, las ventajas por tener hijos, las leyes de protección familiar, etc; muchas empresas productoras de bienes y servicios se hundirían si no hubiese un número suficiente de bodas cada mes, si las familias no se comprometieran cada vez a más gastos de hogar y de consumo con los hijos… Y esto, a pesar de que algún sector económico ya se enfoca casi exclusivamente en los solteros y solteras, que pueden disponer de todo lo que ganan para sí y pueden permitirse pequeños “lujos” que no pueden permitirse cuando forman un hogar independiente y tienen hijos. Bueno, esto en el supuesto de que tengan trabajo y no estén en paro y dependientes de las pensiones de los padres y abuelos.
En general, en Estados Unidos y en Europa existen un número equivalente de hombres y de mujeres que no viven en pareja. La diferencia consiste en que ellas por lo general tienen mayor nivel cultural o económico, aunque a veces están muy poco abiertas porque tuvieron una mala experiencia de abandono con alguna anterior pareja o porque muchas se criaron con una madre divorciada y, fusionadas con ella, guardan en el inconsciente una cierta desconfianza y amargura hacia los hombres en general.
He tenido en consulta mujeres que aparentemente buscan pareja, pero que, a la hora de la verdad, siempre encuentran hombres tan poco disponibles en el fondo como ellas, porque siguen colgados anímicamente de su madre. Algunos porque hicieron de marido sustituto para defenderla de un padre bebedor y maltratador, o totalmente ausente y silencioso, y se hicieron igualmente “padre” de sus hermanos a los que veían desprotegidos. Otros porque son hijos únicos y la madre les sobreprotegió tanto que el padre “tiró la toalla” muy temprano, dejándolos sin una referencia masculina que les era totalmente necesaria a la edad entre los 6 y los 18 años de edad. Se hicieron confidentes de su madre y se pusieron externa e internamente de su lado en el conflicto de sus padres. Este tipo de hombres suele oscilar entre los que idealizan tanto a su madre –y a la mujer en general- que nunca encuentran la “pareja perfecta” que solo está en su fantasía, sus vivencias subjetivas y la proyección del “ánima” positiva que hacen sobre el arquetipo femenino, sin plantearse jamás que esa proyección es lo que tendrían que recuperar para relacionarse como hombres maduros, fuertes y sensibles, determinados y flexibles, tan escuchadores como comunicadores de problemas y soluciones, pero sobre todo de emociones y estados de ánimo. Así integrarían las cuatro funciones de orientación psíquica que Jung establecía en los ejes de sensación-intuición y pensamiento-sentimiento. En estos casos, suele producirse de ambas partes, la actitud vital paradójica de “sígueme, yo huyo”.
Y siempre, la presencia de la madre, aunque haya fallecido o se halle a diez mil kilómetros de distancia. Como afirma el psicoterapeuta gestáltico, Enrique de Diego, que se define como “varón, hijo, nieto, huérfano, hermano, esposo, padre, abuelo y amigo”, no existen las “ex-madres”, porque la madre es algo interiorizado y “para toda la vida” que, si no se hace consciente, se corre el riesgo (que es lo más común) de proyectarla sobre la pareja, hombre o mujer (“Hay una madre y es para toda la vida, hasta que mi muerte nos separe”, Revista de Terapia Gestalt, nº 34, 2014).
Y Pepa Campos, también formadora de terapeutas gestálticos, añade desde su perspectiva de mujer: una buena madre sana, diría a su hija: “Dejo espacio para que tu padre tenga un papel esencial en tu vida. Para que puedas mirarte en sus ojos y alimentarte de la admiración que él siente por ti, aprendiendo así que eres una mujer valiosa y querible por los hombres, con lo cual no vas a permitir, de adulta, que ninguno te falte el respeto o te maltrate”. Y diría al hijo: “Te apoyo y bendigo la conexión con tu padre, te aliento a que te acerques a él y que aprendas a ser hombre de él y con él”. (“Ser madre: una faceta de ser mujer”, ibídem).
En mi caso, mi madre no podía formular estas frases, por ser de otros tiempos y otras generaciones, pero nos inculcó con insistencia a hijas e hijos el respeto y el cariño a nuestro padre. Jamás le oí discutir con él, quejarse o reprocharse siendo niño o adolescente. Nunca un insulto, un grito ni elevar la voz. E igual comportamiento mantuvo mi padre hasta su muerte. Las diferencias las trataban en privado y había concesiones mutuas, aunque con la distancia del tiempo y la mayor objetividad emocional que este proporciona, mi padre ponía muy pocas líneas rojas y era más que moderado en sus deseos y peticiones. Este “buenismo” no me ha sido excesivamente útil, beneficioso ni sano en mis relaciones de pareja. Tardé mucho tiempo en no proyectar sobre ellas la “madre perfecta” y, por tanto, comportarme como el hijo evitativo del conflicto, los tsunamis emocionales, las quejas, los llantos, las amenazas, los chantajes que pueden producirse en el interior de cualquier pareja cuando no se ha hecho un largo proceso de individuación y desidentificación de los mandatos de la cultura familiar. Desde afuera, durante muchos años me vieron los amigos como el hombre amable, fácil, incluso algo sumiso. El precio pagado no fue rentable en términos de salud emocional y de desarrollo personal, ni para ellas, ni para mí.
Así que ahora intento vivir conforme a otra pauta más consciente, libre y voluntaria, que sugiero como posibilidad a los hombres, con o sin pareja: “lo que acordemos, mujer-igual-y-diferente, con respeto a nuestros firmes propósitos internos,  generosidad y entrega.
Alfonso Colodrón
Miembro titular de la AETG
(Capítulo sobre la madre de su último libro: Guía para hombres en marcha. De la línea al círculo)

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